María Antonieta Cano, Bogotá, noviembre 27 de 2011
La monogamia, que surge a la par de la esclavitud y de la propiedad privada, nace con el propósito de garantizar que la herencia quedara en manos de los hijos legítimos del dueño. Desde entonces la mujer quedó condenada a ser la “reina del hogar”. Y es varios miles de años después, en el sistema actual, que surge la necesidad de que la mujer salga de su casa en busca de un empleo pues el bajo salario de su marido, si lo hay, no alcanza para solventar las necesidades familiares.
Pero la cosa no ha sido fácil. Cuando las amas de casa salen a buscar trabajo, descubren que en lo único en lo que pueden emplearse es en labores domésticas, pues es a lo que le han dedicado todo su empeño. El sistema productivo se aprovecha de ellas para someterlas a condiciones precarias. La inserción del trabajo femenino al mercado laboral se hace sobre la base del sometimiento a los peores oficios y a los peor remunerados, convirtiéndolas en víctimas del otro tipo de violencia que hay, la violencia económica que se ejerce contra las mujeres y que se agrava con la implementación del neoliberalismo.
La implementación de las políticas neoliberales de apertura económica, privatizaciones, libre cambio y saqueo de materias primas llevó al colapso nacional. La tasa de desempleo de casi diez puntos refleja la crisis de la economía pero es todavía más grave en el sector femenino.
Según el Dane, en el tercer trimestre de este año, las mujeres entre los 14 y los 26 años registraron una tasa de desempleo del 26%, mientras que en los hombres es del 14,2%. La diferencia de 11,8 puntos entre mujeres y hombres obedece a que en Colombia sigue habiendo “discriminación laboral”.
El trabajo informal ya bordea el 50% de la población. Seis de cada diez colombianos que tienen trabajo no cuentan con un empleo digno. Ellos laboran por cuenta propia o han sido enganchados sin contrato laboral, mediante relaciones informales que incluyen outsourcing, contratos por servicios, tercerización, cooperativas de trabajo asociado-CTA- temporalidad, destajo, muchas de ellas con remuneraciones menores al salario mínimo y sin ningún tipo de seguridad social.
Un estudio que acaba de terminar la Procuraduría, con el apoyo del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad revela que el 63% de los trabajadores en Colombia (18,8 millones de personas ocupadas, según el Dane) cuentan con empleos de baja calidad que reproducen altos niveles de iniquidad y desigualdad. Ese es uno de los factores que ubica a Colombia como el país más desigual de Suramérica y el tercero en Latinoamérica, según la Cepal.
El favorecimiento a las multinacionales en nuestro país ha hecho que sean cientos de empresas grandes y medianas las que perecen ante la competencia desleal a los productos nacionales que imponen las importaciones desmedidas y que se acrecentarán con la entrada en vigencia del TLC.
Y en este oscuro panorama para la clase trabajadora, la mujer está todavía en peores condiciones. Las investigaciones preliminares realizadas en diez países de Asia y América Latina, realizada por Oxfam, sugieren que las trabajadoras de las empresas productoras para la exportación, como las del sector textil o de la electrónica, son las primeras en ser despedidas, sin liquidaciones ni indemnizaciones de ningún tipo. Hay informes de Oxfam que muestran cómo los tratantes de blancas se acercan a estas mujeres que han sido despedidas y les ofrecen trabajar para ellos en otros países.
Bethan Emmett, autora del informe de Oxfam (en inglés) afirma: “Las mujeres de los países pobres constituyen el motor del desarrollo y el progreso, asumiendo riesgos y trabajando duro para ofrecer todo lo posible a sus familias. Ahora, tanto sus vidas como las de sus hijos, son muy precarias”.
Es inaceptable que los patronos, llámense multinacionales, empresarios o Estado, se aprovechen de la posición de madres, en muchos casos cabeza de familia, contratándolas bajo diversas formas de flexibilización y precarización. Llegan a tal extremo los abusos, que en muchos casos hasta las obligan a firmar cláusulas en las que renuncian a sus derechos. Una sociedad democrática no puede congraciarse con estos abusos de los que son víctimas las mujeres debido a su condición de vulnerabilidad.
En medio de esta oleada de atropellos a la clase trabajadora, en la cual la mujer es más frágil pero que golpea al pueblo en su conjunto, llegó la hora de consolidar la unidad de hombres y mujeres para forjar las más grandes movilizaciones capaces de derrumbar a los verdaderos artífices de esta crisis. El sexo femenino clama por una verdadera transformación y ésta no será realidad sin el acompañamiento efectivo que abarca la otra mitad de la humanidad. Como dijera Francisco Mosquera, “aunemos firmemente estos dos elementos tan complementarios como el hidrógeno y el oxígeno en la composición del agua, y entonces Colombia florecerá entera bajo los efluvios de una nueva vida”.
Promover, enarbolar y apoyar las reivindicaciones de la mujer trabajadora hace parte de la empresa que concluirá felizmente en una patria nueva, donde la soberanía y la democracia real sean los bastiones sobre los cuales se constituya el derecho pleno a una vida digna.
Pero la cosa no ha sido fácil. Cuando las amas de casa salen a buscar trabajo, descubren que en lo único en lo que pueden emplearse es en labores domésticas, pues es a lo que le han dedicado todo su empeño. El sistema productivo se aprovecha de ellas para someterlas a condiciones precarias. La inserción del trabajo femenino al mercado laboral se hace sobre la base del sometimiento a los peores oficios y a los peor remunerados, convirtiéndolas en víctimas del otro tipo de violencia que hay, la violencia económica que se ejerce contra las mujeres y que se agrava con la implementación del neoliberalismo.
La implementación de las políticas neoliberales de apertura económica, privatizaciones, libre cambio y saqueo de materias primas llevó al colapso nacional. La tasa de desempleo de casi diez puntos refleja la crisis de la economía pero es todavía más grave en el sector femenino.
Según el Dane, en el tercer trimestre de este año, las mujeres entre los 14 y los 26 años registraron una tasa de desempleo del 26%, mientras que en los hombres es del 14,2%. La diferencia de 11,8 puntos entre mujeres y hombres obedece a que en Colombia sigue habiendo “discriminación laboral”.
El trabajo informal ya bordea el 50% de la población. Seis de cada diez colombianos que tienen trabajo no cuentan con un empleo digno. Ellos laboran por cuenta propia o han sido enganchados sin contrato laboral, mediante relaciones informales que incluyen outsourcing, contratos por servicios, tercerización, cooperativas de trabajo asociado-CTA- temporalidad, destajo, muchas de ellas con remuneraciones menores al salario mínimo y sin ningún tipo de seguridad social.
Un estudio que acaba de terminar la Procuraduría, con el apoyo del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad revela que el 63% de los trabajadores en Colombia (18,8 millones de personas ocupadas, según el Dane) cuentan con empleos de baja calidad que reproducen altos niveles de iniquidad y desigualdad. Ese es uno de los factores que ubica a Colombia como el país más desigual de Suramérica y el tercero en Latinoamérica, según la Cepal.
El favorecimiento a las multinacionales en nuestro país ha hecho que sean cientos de empresas grandes y medianas las que perecen ante la competencia desleal a los productos nacionales que imponen las importaciones desmedidas y que se acrecentarán con la entrada en vigencia del TLC.
Y en este oscuro panorama para la clase trabajadora, la mujer está todavía en peores condiciones. Las investigaciones preliminares realizadas en diez países de Asia y América Latina, realizada por Oxfam, sugieren que las trabajadoras de las empresas productoras para la exportación, como las del sector textil o de la electrónica, son las primeras en ser despedidas, sin liquidaciones ni indemnizaciones de ningún tipo. Hay informes de Oxfam que muestran cómo los tratantes de blancas se acercan a estas mujeres que han sido despedidas y les ofrecen trabajar para ellos en otros países.
Bethan Emmett, autora del informe de Oxfam (en inglés) afirma: “Las mujeres de los países pobres constituyen el motor del desarrollo y el progreso, asumiendo riesgos y trabajando duro para ofrecer todo lo posible a sus familias. Ahora, tanto sus vidas como las de sus hijos, son muy precarias”.
Es inaceptable que los patronos, llámense multinacionales, empresarios o Estado, se aprovechen de la posición de madres, en muchos casos cabeza de familia, contratándolas bajo diversas formas de flexibilización y precarización. Llegan a tal extremo los abusos, que en muchos casos hasta las obligan a firmar cláusulas en las que renuncian a sus derechos. Una sociedad democrática no puede congraciarse con estos abusos de los que son víctimas las mujeres debido a su condición de vulnerabilidad.
En medio de esta oleada de atropellos a la clase trabajadora, en la cual la mujer es más frágil pero que golpea al pueblo en su conjunto, llegó la hora de consolidar la unidad de hombres y mujeres para forjar las más grandes movilizaciones capaces de derrumbar a los verdaderos artífices de esta crisis. El sexo femenino clama por una verdadera transformación y ésta no será realidad sin el acompañamiento efectivo que abarca la otra mitad de la humanidad. Como dijera Francisco Mosquera, “aunemos firmemente estos dos elementos tan complementarios como el hidrógeno y el oxígeno en la composición del agua, y entonces Colombia florecerá entera bajo los efluvios de una nueva vida”.
Promover, enarbolar y apoyar las reivindicaciones de la mujer trabajadora hace parte de la empresa que concluirá felizmente en una patria nueva, donde la soberanía y la democracia real sean los bastiones sobre los cuales se constituya el derecho pleno a una vida digna.
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